domingo, 26 de octubre de 2008

Poesía y adolescencia, la paradoja de Bécquer


Es una característica adolescente ser apático e indolente

Quisiera empezar con una confesión que sin duda merecen: llevo semanas retrasando la hora de sentarme a escribir este post porque su título –que yo mismo tuve la mala suerte de escoger– me sobrecoge con tantas ideas distintas que no sé ni por dónde empezar ni si es posible hacerlo siquiera. Poesía y adolescencia. ¿Pero de qué estamos hablando? Desde luego no seré yo quien defina qué es la poesía y algún psicólogo o algún biólogo o, mejor, un zoólogo les podrá explicar mejor que yo qué es la adolescencia. Así que, como filólogo –y aclaro desde ya que nunca fui un buen filólogo– no me queda más que hablar de esa ‘y’ que nos ha quedado en principio descolgada pero que está donde debe estar: en el centro de la cuestión. Partiré pues de esta conjunción copulativa para ordenar las ideas que quisiera compartir con ustedes:

Ahora que vivimos envueltos en el furor de los números y las encuestas, imaginemos por un momento que realizamos una encuesta –sencilla– donde le preguntamos al personal si cree que tiene algo que ver la poesía con la adolescencia. Me atrevería a decir que la mayoría respondería que sí. Por supuesto, esto no se trata más que de un juego donde, además, me he permitido el lujo de responder por nuestros encuestados imaginarios pero lo que quiero decir es que, de una forma u otra, subyace en el colectivo popular cierta relación entre lo tempestivo, lo afectivo, lo sentimental, lo banal de la poesía y la adolescencia. Se trata, sin duda, de una herencia vetusta del romanticismo, cuya presencia en España se puede justificar algo más por lo ‘tarde’ que apareció uno de los grandes culpables, el hombre grande, el Amancio Ortega del verso: Gustavo Adolfo Domínguez Bastida, más conocido como Gustavo Adolfo Bécquer.

Antaño hubiera sido sencillo caer en el estereotipo: la imagen de inocentes colegialas abrazando carpetas con recortes de estrellas de cine y rimas becquerianas –casi siempre sin firmar y con notables divergencias– de camino a clase. Algo menos usual pero más fiel a la antropología española hubiera sido hablar de LOS picarescos adolescentes que utilizaban varias rimas o aproximaciones de rimas del denostado poeta sevillano para encandilar a LAS adolescentes incautas. Hoy estas dos ficciones del imaginario colectivo son precisamente eso: ficciones. El imperio Bécquer ha sabido modernizarse con el cambio de siglo y, si bien mantiene sus filiales de Dedicatorias S.A. y su lucrativo holding ‘¿Qué es poesía?’ es Internet, y más concretamente la web 2.0 el lugar donde encontramos los mayores usos y abusos bécquerianos.

Así los blogs, los myspace, los fotologs, los tuentis y demás estructuras virtuales son los barriles de Brent para evaluar los intereses adolescentes y, claro, la presencia de poesía escrita entre los adolescentes. Sobra decir que la inconmensurabilidad de la Red nos lleva a pronunciar cualquier conclusión con sumo cuidado, pero podemos afirmar que, si bien la presencia de poemas escritos en las bitácoras personales, los blogs, es frecuente, el número de referencias a la palabra poesía decae a la hora de rastrear los espacios de interacción como el myspace o el tuenti. Esto es, en principio, natural debido al formato de estas páginas pero cabe preguntarse ¿es que no les interesa la poesía a nuestros adolescentes? ¿Es posible que en la época más convulsa sentimental y físicamente de su vida estos chicos no se refugien en la poesía? Dejemos esta pregunta sin responder, de momento, o respondámosla a través de una pregunta anterior y fundamental que quise eludir al principio de esta charla: ¿Qué entendemos por poesía?

Como mediadores, nuestro papel consiste en canalizar unas inquietudes ajenas a través de nuestra experiencia para que este impulso alcance una experiencia mayor. Es éste el ideal de todo proceso de aprendizaje: ofrecer a un yo en potencia todos las herramientas con las que contamos –y cuenta– para que logre realizarse y ser un individuo libre y capaz de entenderse y entender a los demás. Este objetivo, sin duda noble y sincero, nos ha llevado muchas veces por sendas erróneas al considerar nosotros que las herramientas de las cuales disponemos para alcanzarlo son hoy las que nuestros maestros utilizaron ayer. Con esto me estoy refiriendo, claro está, a lo que todavía hoy, incomprensiblemente, se sigue llamando nuevas tecnologías o Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) pero lo hago porque todos, tanto ustedes como yo, nos encontramos, se encuentran, en este contexto histórico: el de principios del siglo XXI. Pero no quisiera que interpretaran que los equívocos en el trasiego de herramientas pedagógicas son una cosa exclusiva de nuestros días, creo que han existido siempre. Este punto, que puede parecer una perogrullada, es fundamental para mí para recordar que siempre hemos rechazado cualquier cambio y, sobre todo, los grandes cambios: basta recordar la historia mil veces repetida que cuenta Platón, en el Fedro: Theut, o Hermes, el supuesto inventor de la escritura presenta su invento al faraón Thamus, alabando la nueva técnica que permitirá a los humanos recordar lo que de otro modo olvidarían. -“Mi habilidoso Theut, dijo el faraón, la memoria es un gran don que necesita mantenerse vivo entrenándolo continuamente. Con vuestro invento, la gente ya no se verá obligada a entrenar la memoria. Recordarán las cosas no debido a un esfuerzo interno sino gracias simplemente a algo externo”. Volvamos pues a la pregunta de marras:

¿Qué es poesía? Las definiciones menos poéticas de poesía abandonan cualquier pretensión trascendental para definirlo como “una forma de expresar emociones, sentimientos, ideas y construcciones de la imaginación” (wikipedia). No está mal. Pensemos ahora en los adolescentes que buscan expresar emociones, sentimientos, ideas y construcciones de su imaginación: ¿recurren a la poesía? ¿No? ¿O será que no recuren a lo que nosotros entendemos por poesía? Hoy por hoy la mayoría de los adolescentes que disponen de una conexión a Internet visitan regularmente el máximo exponente de la web social: Youtube. Pero, antes de llegar a conclusiones precipitadas ¿no es Youtube un canal (de canales) a través del cual los adolescentes pueden expresar emociones, sentimientos, ideas y construcciones de la imaginación? ¿Qué es poesía entonces? Poesía eres you, tú. Youtube.

II

Como bien sospechan, hasta ahora no hemos hecho más que jugar con metáforas, con conceptos elusivos, emociones contenidas y nuestras propias dudas. En otras palabras: hemos estado, entre todos, haciendo poesía. ¿Pero cómo? Se dirán, ¡si la poesía es otra cosa! Efectivamente: la poesía siempre es otra cosa y sólo teniendo esto siempre presente podremos lidiar con ella.

Guardo un tierno recuerdo de las pocas clases que distintos maestros y profesores que tuve el gusto y el disgusto de tener decidieron dedicar a la lectura de poemas en clase. Porque siempre tuve claro que la poesía era, que debía ser, otra cosa. Aún debían pasar bastantes años hasta poder confirmar que aquel repetir una y otra vez los rimbombantes versos consonantes no era, por mucho que dijera el profesor, poesía. Desde entonces me suelo interrogar, recordando lo poco que me identificaba con aquellas palabras huecas en la boca del profesor y más huecas todavía en nuestra voz coral, para saber qué haría yo si algún día me encontrara en el lugar de aquellos profesores. Es una pregunta que me llena de horror y de un súbito respeto hacia todos los que intentaron lo que hoy intento.

Es posible que el lugar de la poesía no sea el aula. Si opinamos que no, que la poesía es indispensable dentro de nuestro sistema educativo debemos preguntarnos si realmente es poesía lo que hemos estado impartiendo hasta hoy. Un cierto número de profesores intentará dar un paso más allá: los alumnos realizarán ejercicios de escritura; lecturas de grandes poetas; oirán cómo recitan los poetas y puede que, incluso, reciban la visita de algún poeta para que les deleite con un taller. Todo esto está muy bien, pero no deja de eludir, como llevo eludiendo yo todo el rato, el corazón del problema: la poesía, por definición, es –aún en sus vertientes más satíricas, cómicas y épicas– un acto de comunión con los sentimientos más íntimos de uno mismo. ¿Qué hacer entonces? ¿Abandonar? Jamás.

Si la poesía es algo que no se puede enseñar debe ser algo que se pueda experimentar. Si no se pueden enseñar las experiencias poéticas –lectura y creación– deben poder realizarse. Con esto me refiero a una actitud del mediador que permita a cada alumno encontrar ‘algo’ que le conmueva, que le motive un sentimiento o con lo que se sienta especialmente identificado. Ni que decir tiene –aunque habrá que decirlo– que el mediador debe participar activamente en este proceso, indagando en sus propios sentimientos y en los textos, imágenes, videos o canciones que lo conmuevan. Esto, que puede parecer un mero ejercicio, es en realidad el punto de partida de cualquier ejercicio poético y puede ser la puerta hacia múltiples experiencias poéticas. En resumidas cuentas se trataría de encontrar manifestaciones con los que el adolescente se sienta reconfortado o representado para luego trabajar sobre esos conceptos con textos poéticos afines. Es, en cierta medida, un gato por liebre que nos ha de revelar que, como bien saben en China, el gato no está tan malo.

Quizá lo que realmente vale de esta idea, o lo único que yo defendería hasta el final, es la necesidad de una implicación afectiva total del maestro a la hora de intentar abordar cualquier cuestión relacionada con la poesía. En ocasiones suelo llorar recordando como ninguno lloramos la primera vez que leímos las ‘Nanas de la cebolla’ un día cualquiera en clase, sin duda ansiosos por salir al recreo. Nadie nos explicó realmente qué eran las Nanas y puede que fuéramos demasiado pequeños. Pero alguien lo podía haber intentado.

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