domingo, 13 de abril de 2008

Ser poeta del mundo es muy sencillo



Es fácil olvidar la antigua voz.


La primitiva voz de los poetas.






Es posible que ahora, justamente ahora, inmersos como estamos en una ciénaga de dígitos, de premios, de polémicas sobre premios, de discusiones que hablan de corrupción dentro de la poesía (¿es que no nos damos cuenta de lo que estamos diciendo!?! ¡Hemos llegado a hablar de corrupción en la poesía!) sea necesario recordar, aunque sea imposible, que la poesía no empezó junto a una hoguera, no empezó cuando un tipo resuelto le contaba historias extrañas, jugando con una sonoridad mágica, al grupo que escuchaba expectante. No. La poesía no empezó allí;


la poesía estuvo y está allí. Puede, incluso, que terminara allí. Lejos del papel, lejos de las publicaciones, de las críticas, contracríticas, suplementos culturales (¡suplementos! ¿suplementos de qué?) y blogs. Los poetas, con el tiempo, nos hemos equivocado y nos hemos alejado de lo único que nos confería cierto sentido, de lo único que justificaba, en cierta forma, nuestra existencia: recitar para la tribu, para nuestra tribu, haciéndolo lo mejor posible, porque su contento es a lo único que podemos aspirar, y su agradecimiento es lo único que podemos aceptar como pago verdadero. El problema con los poetas de hoy, supongo, es que aspiramos conscientemente a ser poetas para todos, ignorando, muchas veces, a aquellos que tenemos cerca, a los únicos que podrían 'beneficiarse', de algún modo, de nuestra atención poética. Es mucho más difícil ser poeta para aquellos que comparten nuestro mundo, que comparten nuestro imaginario poético. Eso obliga a superarse, a crear, a innovar. La globalización es un afán, y una enfermedad de la cual la poesía se puede librar, los poetas, difícilmente.

viernes, 4 de abril de 2008

TACHYON

One must produce media, never consume it.

R. CRUMB

¿Y por dónde empezar?
¡Ah sí! La poesía…


En ocasiones me consuela lo poco que realmente somos. Es algo parecido a la liberación que debe ofrecer el pesimismo más arraigado. Pero no nos engañemos, yo creo en el progreso de la especie humana, signifique lo que signifique la palabra progreso.
Si la globalización existe, si vivimos en un gran McDonalds, uno deberá intentar demostrárselo a 3.000 millones de personas que no tienen qué comer cada día. La globalización es una palabra que excluye a medio mundo.
¿Y lee poesía un mundo globalizado? ¿Y lee poesía un mundo que se muere de hambre? No. Claro que no. Por lo menos en eso no hemos perdido los humanos el sentido común.
La poesía es un lujo, un lujo caprichoso, como saludar a la mujer que nos gusta todas las mañanas y meditar sobre todas las cosas que uno podría haberle dicho, como elegir entre dormir o ver la televisión. Un lujo. La única diferencia con la poesía es que, por alguna razón, está muy prestigiada y reflexiones vacías como la que lee reciben más importancia de la que merecen. En el mundo hay lentejas en los supermercados que caducarán antes de que nadie las consuma (y mira que es complicado), en el mundo hay libros de poesía que nadie leerá nunca. Que nadie llegará a abrir. Si las lentejas no son un drama –y las lentejas nunca fueron un drama– la poesía no será menos.
En ocasiones me consuela saber que no hay remedio. Es algo liberador, permite dedicar tiempo a este tipo de cosas, a escribir sobre lo que es o no es la poesía, a meditar sobre lo que quizá podría llegar a ser si las cosas fueran de otra forma. El futuro dirá.
En otras ocasiones me imagino la partícula subatómica que mencionan en la película El príncipe de la tinieblas, de J. Carpenter, que viaja más deprisa que la luz. Un mensaje enviado con esta partícula hipotética viajará por el tiempo, hacia el pasado necesariamente, permitiendo una transmisión del futuro. ¿ Y qué será de la poesía?
El código llega, cifrado, y los expertos, junto a los ordenadores más potentes del mundo, analizan su contenido. Ya no existen las armas cargadas de futuro, ya no existe la fe ciega e ingenua en la palabra, ya no existen demasiadas razones para detenerse.
Porque ahora mismo estamos viviendo lo que cantaron los clásicos.
Porque, para bien o para mal, todos los versos del mundo se han escrito antes de este momento.