(SOBRE LO ORAL Y LO ESCRITO, LOS TRADUCTORES DE OJO A OREJA, LOS RECITALES HUECOS DE PALABRAS LLENAS, VERSUS RECITALES LLENOS DONDE PUEDEN NO ESTAR LAS PALABRAS).
Debería dar miedo un recital, hacer un recital (¿decir un recital?), asistir a uno. ¿Se han dado cuenta ya de que un recital, una reunión en la que se recitan poemas previamente escritos, es el acto de traducción simultánea más radical, suicida, sin red debajo, que existe en literatura?
Excluyendo el caso de los antiguos bardos, y el de los que hoy día escriben para leer (autores que parece que escriben ya directamente en voz alta), la gran mayoría de los poemas nacen por escrito.
Lo escrito va al ojo, del ojo al mecanismo mental por el que asociamos los símbolos aleatorios de las letras a palabras que conocemos, y de ese mecanismo a otro en que esas palabras, unidas, adquieren un sentido lógico (o no tan lógico), llegando al final, incluso, este proceso, a un último nivel de evocación abstracta, en el que sin saber bien por qué, los versos nos gustan, nos estremecen, o nos dejan indiferentes, o directamente nos parecen una mierda.
Todo esto, que no es otra cosa que leer, se hace a una velocidad bastante considerable, y se hace en silencio, y lo hace uno solo consigo mismo. Es, digamos, puestos a buscar metáforas contundentes, como la masturbación de la literatura.
Entonces, después, encima o además de lo escrito, llega el recital. Y aquí ya no es uno solo, sino que por lo menos son dos, uno que dice y otro que oye. Ya no es en silencio, ya no entra la cosa por el ojo. En el recital la palabra tiene un tono y un timbre y un acento, tiene voz de mujer, o de hombre, una cadencia u otra, un volumen. Pero además tiene un gesto, unos gestos, un personaje, ese del que sale la voz que recita, que a veces se mueve mucho, a veces está quieto con la mano en el bolsillo, a veces es guapo, a veces es gordo, o viejo, o lleva gafas, o minifalda, o son varios. Y entre el personaje y el oyente hay para colmo un espacio lleno de aire, interferencias.
Así, muchas veces, siguiendo la metáfora de arriba, se convierten los recitales en una orgía. Pero en una orgía incómoda y aburrida.
Voy a remarcar aquí que pienso sinceramente que ni la lectura masturbadora ni el recital orgiástico son peores ni mejores, ni que una cosa deba sustituir a la otra, ni que haya que buscar necesariamente el camino intermedio. Son dos vías de transmisión diferentes, eso es todo: papel-ojo; voz-oído. Pero hay que darse cuenta precisamente de eso, de la diferencia, de que un mismo poema, leído en voz alta por dos personas distintas, puede dar resultados completamente antagónicos. Que del silencio a la voz hay un paso enorme y delicado.
Por eso hablaba arriba de traducciones. Cuando recitas poesía, sobre todo poesía, poeta, no estás diciendo lo mismo que dice el papel que tienes delante o en la memoria. Estás descomponiendo y recomponiendo la cosa de un campo a otro de la comunicación. Estás concretándolo todo en una voz y un gesto, singularizándolo. E igualmente cuando oyes una poesía recitada, espectador, no estás leyendo, y a veces no puedes llegar ni remotamente a hacerte una idea de lo que hubo antes en el papel.
Con todo este hilo reflexivo me doy cuenta de por qué les he tomado gusto últimamente a los recitadores que buscan otros medios, (imágenes, silencios, vídeos, volteretas, gritos…) para tratar de traducir sus poemas.
Siempre serán absolutamente alucinantes los “traductores simultáneos” que consiguen con sólo su voz y su presencia transmitir lo mismo que las letras del papel.
Pero esto no les quita mérito, creo, a los que se dan cuenta de que hay lenguajes paralelos y equivalentes a los de la poesía escrita, paradójicamente distintos a los de su trascripción inmediata en voz alta, en oral.
Esos poetas de entre la masturbación y la orgía, que buscan también eso de en medio, y lo sudan bien, y te presentan de pronto cosas totalmente poéticas, sorprendentes y bellas, en los escenarios más insospechados.
lunes, 3 de septiembre de 2007
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3 comentarios:
Yo echo de menos la epoca universitaria donde se podia organizar un recital en un parque a las 2 de la mañana.
Gracias por traerme un poco de ese ambiente ;-)
volvamos entonces a la época universitaria! la época, en realidad, no era diferente: nosotros sí lo éramos. para empezar, quedábamos en los parques.
Pues yo digo:
eso.
Volvamos a quedar en los parques. En las plazas, en las carnicería, en la casa de la abuela, en un monasterio, y digamos allí poesía, donde sea, donde sea.
¿por qué no? ¿qué pasa? ¿es miedo o es la apatía esta imbécil que lo está llenando todo cada vez más?
¿o que no queda poesía que pueda ser recitada en un parque... quizá...?
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