A ver. Visito de nuevo en la Fundación Telefónica la exposición de Niemeyer que había visto ya hace un año en Santiago de Chile. Oscar Niemeyer es una de las personas que más admiro y respeto del siglo XX, uno de los arquitectos que me emocionan y me han hecho, con lo años, amar la arquitectura y saber mirarla. Recuerdo aún cómo me conmovieron sus memorias As curvas do tempo, las ganas que tengo de conocer Pampulha o Brasilia, lo que me gusta tomar café frente a su sede del Partido Comunista en París y ver esa cúpula increíble o la fascinación cotidiana, día tras día durante años trabajando en la ONU, de cruzar la calle y acercarme y sentir la emoción difícil de compartir por el orgullo de trabajar en el edificio más bonito del mundo y pensar cada vez cuánto deben al brasileño la rotundidad y la elegancia enorme de sus formas.
Pero ¿saben ustedes esa sensación cuando todo parece estar bien pero algo en el estómago te dice que no, que aún sin saberlo uno algo algo falla? Eso me pasa con todo este asunto de la presencia de Niemeyer en España. ¿Cómo puede ser que alguien tan profundamente brasileiro, que ha vivido toda su vida en Brasil y cuando se exiló -a la fuerza, como son los exilios- se fue a París, y por eso ha construido toda su obra entre su Brasil natal -más que eso, un Brasil que él representa tanto como Vinícius de Moraes o Guimarães Rosa o Caetano Veloso- y Francia y su ex-colonias; que ha sido tan parte de la construcción, desde la nada, de su capital; que es comunista hasta hoy y no se baja un ápice de su militancia de toda la vida; cómo puede ser, digo, que ahora resulte teniendo "la" Fundación a su nombre, la única, en una ciudad española?
¿Qué pinta Avilés en todo esto? ¿Por qué un hombre como Niemeyer tiene ahora una Fundación en una ciudad que apenas ha pisado en su vida? ¿Quién gana con esa operación, Niemeyer o la ciudad? ¿A qué responde? ¿Cómo puede ser? ¿Qué pinta Brad Pitt yendo a Avilés, of all places, a decir cuánto le gusta y le interesa todo ese montaje?
¿Es que nos hemos vuelto locos? ¿Qué nos creemos? ¿Es que tenemos tanto dinero que pensamos que podemos hacer cualquier cosa y que como Brasil es más pobre podemos coger y montarle una Fundación, así, como quien no quiere la cosa, a uno de sus creadores más importantes? Como si Japón o Finlandia, cuando ellos eran ricos y nosotros no -o sea, anteayer- hubieran montando en Tokio una Fundación García Lorca o en Helsinki o en Turkku una Fundación Valle-Inclán sin que ni uno ni otro tuvieran nada que ver con Tokio ni con Turkku, no como Picasso, digamos, con París, Cernuda con México o Santayana con Londres; no, sólo porque sí, porque vaya impacto mediático, o cultural o de pelotazo eso va a tener para sus respectivas imágenes...
El nuevo rico es el que va por el mundo creyéndose que todo lo puede, que lo puede comprar todo, que puede llevarse claustros románicos de Palencia a Nueva York o el nombre de un gran brasileño a una ciudad asturiana. Nuevos ricos, eso es lo que yo, en mi indignación por todo esto, creo que somos.
José A. de Ory
miércoles, 21 de octubre de 2009
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1 comentario:
El nuevo rico, además, tiene la maleta desfondada.
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