lunes, 17 de agosto de 2009

Pelo de poeta III

No dejéis pasar, jóvenes poetas envejecidos por el vino que susurra en vosotros los versos que la mano temblorosa no consigue alinear, la contemplación del rostro que Edna St. Vincent Millay os facilita al apartarse en sutil y fugaz sacrificio el mechón seguramente pelirrojo, como el cabello de Judas, otro vencido entregado al destino paradójico, irresoluble, de la vela que se consume por sus dos extremos:


My candle burns at both ends
It will not last the night;
But ah, my foes, and oh, my friends -

It gives a lovely light.






If I should learn, in some quite casual way,
That you were gone, not to return again--
Read from the back-page of a paper, say,
Held by a neighbor in a subway train,

How at the corner of this avenue
And such a street (so are the papers filled)
A hurrying man--who happened to be you--
At noon to-day had happened to be killed,

I should not cry aloud--I could not cry
Aloud, or wring my hands in such a place--
I should but watch the station lights rush by

With a more careful interest on my face,
Or raise my eyes and read with greater care
Where to store furs and how to treat the hair.


(Si alguna vez me entero, de manera fortuita, por ejemplo por la última página de un diario que lea un viajero en el metro, de que te has ido y no volverás, de que en la esquina de la avenida tal con la calle cual -en ese lenguaje que se usa en los periódicos- un hombre apresurado -que resultaste ser tú- ha resultado muerto este mediodía, no lloraré en alto -no podría llorar en alto, ni retorcerme las manos, en un lugar como ese-, me limitaría a concentrarme en mirar cómo pasan las luces de las estaciones, o levantaría la cabeza para leer, con mucha concentración, dónde se pueden guardar los abrigos de visón, qué hay que hacer para cuidarse el pelo.)

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