martes, 8 de enero de 2008

Yunque o martillo

"Al rechazar totalmente los supuestos políticos, teológicos, literarios y filosóficos que fundamentan nuestra sociedad en el blanco refrigerador de la civilización -y que tienen sus raíces en la estupidez y los intereses de clase-, y al insistir sobre todo en nuestra autonomía emocional, encontramos que es necesario afirmar, aquí y ahora y sin ningún tipo de reserva y a cualquier precio, la maravillosa validez roja y negra de la revuelta absoluta, única actitud digna de sobrevivir en este milenio de calles y sueños.
Más que nunca, encontramos que es necesario afirmar el uso de las armas más peligrosas del arsenal de la libertad:
AMOR LOCO: totalmente subversivo, enemigo absoluto de la cultura burguesa.
POESÍA (opuesta a la literatura): respirando como una ametralladora para exterminar las ciegas banderas de la realidad inmediata.
HUMOR: dinamita y guerrilla de la mente, tan efectiva en su propio campo como la dinamita real y la guerrilla lo son en la calle (sin embargo, no teman, cuando sea necesario utilizaremos todos los medios a nuestro alcance).
SABOTAJE: destrucción constante e implacable de la maquinaria burocrática y cultural de la opresión.

Es necesario, a veces -y ésta es una de ellas-, hablar crudamente: afirmamos simple y delirantemente la LIBERACIÓN TOTAL del hombre. ¡Vivan los negros de Watts, los portorriqueños de Chicago, los provos de Amsterdam, los Zengakuren de Japón y la juventud de todos los países que lucha por la libertad! ¡Viva la tribu de Guinea que, apreciando la estupidez de la civilización tecnológica, asesinó a los directores de una fábrica de lavadoras, se apoderó del edificio y lo convirtió en un templo del maravilloso, aunque escurridizo, Dios-conejo! ¡Viva la juventud de Fairbanks, Alaska, que incendió la escuela al prohibirles abandonarla hasta completar sus estudios! ¡Viva el loco que escapó del manicomio y asaltó tranquilamente el banco, para que luego su "cuerdo" hermano fuese con el cuento! ¡Viva Barry Bondhus, de Big Lake, Minnesota, que arrojó dos cubos de mierda sobre los archivos de su oficina de reclutamiento! ¡Vivan los doce jóvenes de Fort Lauderdale, Florida, que después de que su escuela les prohibiera proseguir sus interesantes experimentos comenzaron a fabricar por su cuenta LSD, dos tipos de bombas de plástico, bombas de humo y un surtido de instrumentos revolucionarios!
La lucidez de las botellas ha venido a reemplazar a las hojas otoñales; el aplastante servilismo ante la autoridad ha sido chamuscado con cócteles molotov de fantástico poder destructivo y, lejos de ser finalmente la caricia inexpresiva, ha sido trascendida por el tacto que estimula a los poros del único dinamismo que cuenta, hasta alturas nunca conocidas. Como almas liberadas que somos -y lo somos puesto que nuestra búsqueda ya no puede detenerse- tenemos necesariamente un papel histórico envidiable como arquitectos cósmicos armados de martillos, guitarras eléctricas y visiones apocalípticas; pero lo que es más significativo, armados con el conocimiento de que somos capaces de aplastar sistemáticamente todos los obstáculos que se interpongan a nuestros deseos y de construir TODO de nuevo.

Firmado: Grupo Surrealista, Grupo de Trabajadores Rebeldes de Chicago (Rebel Worker) y Horda Anarquista.

Publicado en el número 2 del diario ácrata inglés Heatwave

3 comentarios:

Raúl del Sebo dijo...

En la ladera del monte Tenoctlán hay un pequeño pueblecito llamado Tulanga. Todos los habitantes se apellidan Pero. Está Juan Pero, Tania Pero, Cozumel Pero, así sucesivamente. Al llamarse los unos a los otros anteponen el apellido, y así, lo que es un vocativo, se convierte en una especie de exclamación, Pero Juan, Pero Tania, Pero Cozumel... y así sucesivamente.
Ésta sería la típica anécdota que contarían los típicos políticos durante la típica cena a 600 francos el cubierto, y repetirían la exclamación con tono más enfático a medida que apuran un Rioja Risueño. Y el chiste se quedaría alojado en esa cartera de recuerdos sucintos que sólo emergen cuando te quitas la corbata y tu mujer se desmaquilla con el vestido rojo de tirantes a media asta.
Y la misma broma creará un anillo de blindaje en torno al propio pueblo, no permitiendo ver que, en la sexta casa, detrás del maizal, junto a la lumbre y el puchero, nació hace casi treinta años el hombre que destruirá el mundo, Gaspar Pero, la única persona en el universo capaz de beber nitroglicerina y cagar Goma 2, tomarse un Gin Tonic y mear una bomba H, el único animal vivo sobre la faz de la tierra cuya biología sólo es destrucción.
Y Gaspar Pero, tras numerosos paseos a lo largo de los campos cultivados, después de besar un pecho de pezón rosado entre las espigas de trigo, y bañarse en el cauce alveolar del río Guajaco, hace tiempo que decidió vender el mundo.
¡Pero Gaspar!, reirán los niños al ver el hongo atómico, y abrirán sus brazos y extenderán sus manos para tocar los puntitos incandescentes que se diseminan en el aire como esporas de luz.

Anónimo dijo...

Sois muy buenos los dos. qué puta envidia!

Tricotilomanía dijo...

Cuatro poetas tomándose una caña.

En principio nada cambia, salvo cierto optimismo aguado por parte del barman. No cambia nada, ni siquiera cambia la actitud de los poetas -inmunes ya al alcohol-. En alguna parte muere Ángel González bastante cabreado por toda la situación y hay un carnet de biblioteca de una tal Gaspar perdido entre los matorrales del parque Güel. Plastificado, el rostro infantil de Gaspar sueña con prestarse algún día el Ulises.
Mientras toda esta quitud sucede, los cuatro poetas hablan de lo que follan y, sobre todo, de lo que no follan y de vez en cuando se callan para masticar meditabundamente una aceituna y calibrar quién miente. Todos mienten, son poetas, pero les gustaría pensar que miente el barman, que miente la prensa y, sobre todo, Ángel González. A Ánguel González, por supuesto, también le gustaría que fuera todo mentira.
Uno de los poetas cuenta un chiste. Una babosa recorre la cara de Gaspar y un hombre entra a una tienda dos calles más allá para ofrecer un lote de perfumes que, según dice, se rescataron de una fábrica incendiada.
Los poetas apuran la caña y hablan de la revolución laboral. Después vuelven a hablar de follar que, si bien difícil, resulta más digestivo que la Revolución.
La cara de Gaspar va adquiriendo un tono macilento, pasa el tiempo y Ángel González empieza a pensar que esta vez la vida iba en serio con lo de la muerte.
Y mientras los poetas se afanan en escribir, en recitar, en no morir,
Pepin Bello se descojona desde alguna sala VIP del cielo.