"Muy bonito el espíritu del pueblo español, pero me pincha con las barbas", reaccioné, astragada de ayes y gemíos. Definitivamente, en los pueblos meridionales el romanticismo es un hirsutismo. Devolví el libro a la biblioteca municipal, que con mi gesto pudo reabrir las puertas al recuperar sus fondos, pero estaba ya en el mostrador cuando me di cuenta de que no valía la pena preguntarle al bibliotecario por las tendencias más vanguardistas de la nueva poesía del país. Porque la poesía no tiene país, justifiqué mi timidez y mis prejuicios con invertido argumento, porque en realidad son los países los que tienen poesía.
Prejuicios: Hay que tenerlos.
Se entiende que para entonces ya había capito que me iba a resultar muy difícil salir de Spagna. ¿Le prendo fuego? La idea me cruzó la testa en homenaje a los empecinados moscovitas que dejaron arder los muros de la ciudad suya para que Napoleón no se hiciera con ella. Pues yo me resistía a que España se hiciera conmigo. Otro análisis invertido de la situación, porque en rigor debía haberme prendido fuego a mí misma, si pretendía escamotearme de las garras del toro. Es que mi país es un oso, y para mí todos los animales tienen garras.
De astracán.
Más satisfacciones me dio Madrid. Si quiere conocer la vanguardia, visite Madrid, señorita, me habían recomendado en el ateneo de Calatayud. Me alojé en una casa de huéspedes de la calle Atocha. El ambiente de vanguardia era acojonante. Atochaba una niña… ¡¿Atochaba?! No me costó acostumbrarme a comer medio filete con un café con leche después de pasar el día dando tumbos. Tal y como me habían prevenido, si se pasaba la mano por la parte inferior de la mesa de mármol, se podían notar las letras grabadas en la lápida. Cuando quería hacerme la desahuciada que no tiene dinero para un giornale que hojear mientras come, leía con los dedos acariciando la lápida como quien se busca un grano en la espalda. Estas son las metáforas que aprendí en la calle Atocha.
Pero también lo que uno espera sorprende cuando llega. En un cafetín cercano al Teatro Español esperaba yo la aparición de la nueva poesía cuando oí que en la lápida de al lado varios hombres reían y hablaban de algo que a la vez me pareció renovado y familiar. Repetían mucho una palabra.
-Perdonen, ¿qué quieren decir con esa palabra que tanta gracia les hace?
-¿Astracanada? ¿Y tú me lo preguntas?
Todo español lleva un galán dentro. ...qué hermoso pelo tiene, carabí...
miércoles, 11 de febrero de 2009
Astragada de astracanadas, c'est toi
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Una tournée caspatovetónica
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