(...) No sabéis lo lamentable que es vestirse de gilipollas azul por las mañanas, ir en metro a un lugar que no sabías que existía, pasar por delante de siete testarrosas aparcados en batería y que la azafata de la puerta te saque dos cabezas. No sabéis lo que se siente cuando nadie te habla porque eres el gilipollas azul, cuando ni siquiera las de la limpieza te miran a la cara porque no saben si les das pena o vergüenza.
No podéis imaginároslo, porque es sencillamente maravilloso.
De pronto no soy nadie. He estudiado dos carreras y media, estoy capacitado para analizar la obra que Kierkergaard escribió bajo el pseudónimo de Johannes de Silentio y hablo tres idiomas, pero ahora sólo soy el gilipollas azul. Me gusta llamarme así a mí mismo, aunque en este trabajo se dirigen a mí usando otros epítetos. Me acaban de invitar a participar en un festival de poesía en Chile, dentro de poco publicaré un texto sobre las nuevas formulaciones poéticas contemporáneas, pero soy el gilipollas azul.
Cuando termino de trabajar y me quito los restos de maquillaje, Víctor, un barman absoluto, me sirve un Silver Martini. Dejo de ser el gilipollas azul y paladeo una mezcla de ginebra G´Vine (http://www.directoalpaladar.com/2007/07/23-gvine-una-suave-ginebra-afrutada-y-especiada), monin de violeta, agua carbonatada de manantial y extracto de plata. La plata le confiere a este cóctel una textura de terciopelo, y con los tres arándanos con los que Víctor acompaña el vaso juego a trazar diferentes destinos de agua sobre la superficie gris.
Algo después tomo de nuevo el metro y me vuelvo a sentir un gilipollas, pero ni siquiera soy azul.
En el primer túnel hay una cita de Claudio Rodríguez que nunca recuerdo. Claudio fue la verdadera Elena Medel, pues ganó el Adonais, cuando el Adonais aún era algo, a los 16 años.
Si no habéis leído a Luis Feria, deberíais hacerlo, amigos.
Por la mañana le he contado a un amigo que lo que se nos viene encima no es una parte especial de la vida, no es un fragmento particular, mensurable y entrópico de la vida: es la vida. Ahora entramos, independientemente de la edad, en el momento de tomar decisiones. De escoger, de elegir qué ginebra tomar, qué pantalón tirar por viejo y cuál seguir colgando en el armario. No importa si la casa es nuestra o no, o si la luz del proyector se está volviendo opaca.
Importa Chile, la metáfora como revitalizadora de la función del símbolo y la última película, nefasta, de Woody Allen. Al menos durante el tiempo en el que nos ponemos el disfraz de ser álguienes. Luego está la otra cara de la duda, luego la cama y los cinco minutos antes de la fase REM, con un ojo apagado y la parte trasera de la cabeza algo caliente, no se sabe si por la fiebre, el contraste del frío o simplemente por el uso. Entonces los poemas que aparecen en un cuaderno sobre la mesilla, entonces un último Trident Senses que no será el último, o simplemente un sueño que anuncia que mañana será un buen día para volver a vestir el disfraz de gilipollas azul, con un orgullo extraño, sin miedo ni esperanza, con una risa dentro.
Nada hay más apetecible que la mujer de otro, decía Auster.
Esta noche, sin embargo,
estoy más que contento con la mía (...).
martes, 11 de noviembre de 2008
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1 comentario:
"y no hay nada más apacible que la mujer propia..."
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