jueves, 13 de enero de 2011

El imperio de la fuerza



«No es posible amar y ser justo más que si se conoce el imperio de la fuerza y se sabe no respetarlo». Simone Weil

Cuántos seres humanos son capaces de acceder a los valores negativos en la ecuación: Fuerza y gravedad. La clave es clara, a menor fuerza o menor peso, mayor ascensión. Significa recuperar los números negativos, esos que restan. Aquellos que se encuentran al otro lado del panel. Allí donde se debate o juega el mundo.
La vida no es el mundo. La vida insufla ligereza, es dejar de pesar. Cuanto menos atraigo o acumulo, más me acerco a lo otro. La identidad debe salir mal parada en este cálculo aproximativo. Es evidente que estrangula al ser. Lo vuelve pequeño, pesado, herrumbroso al cabo de los múltiples choques provocados y recibidos. Acercarse al lado negativo –el lugar donde uno deja de sumar y pierde definición- significa alejarse del potencial error.
El “horror vacui” es la incapacidad de reconocer la muerte en vida. La angustia es el único puente de acceso a la liberación. La angustia se manifiesta en aquél que es capaz de mirar con atención. Es imposible no mirar atrás y reconocer que alguna vez hemos llegado a apagar la luz de algún ser inocente. No lo merecía. El error es inevitable, como así lo es, utilizar el lenguaje y crear ideales con él.
La imposibilidad del ideal atrofia el presente con sus ansiadas huellas de futuro. ¿Y si todo llegase a ser materia y extensión, al más puro estilo cartesiano? Entonces habría que reconocer que el mundo, “la realidad”, marcada por el poder –como diría Agustín García Calvo- es un campo de batalla entre ideales no realizables. Por eso es de agradecer, el reconocer que todo ser humano ha dejado cadáveres por el camino. No hace falta entrar en distinciones. Algunos lo llaman pecado original. Tan sólo es eso. Hemos sido cómplices del poder, lo hemos ejercido y no hay marcha atrás. Por eso, quién ha matado lo que amaba, sólo puede regresar a sí mismo muriendo en vida. “yo soy aquel a quien amo, y el que amo es yo”, nos dice Ibn Arabi. Según esto, quien ha matado lo que amaba, ha cometido suicidio. De nada vale intentar justificar estas acciones con argumentos. La razón y la lógica viven de imágenes y conceptos. Habitan dentro de la “realidad”. El lenguaje no es la lengua. El lenguaje es un instrumento del poder, es convención y límite, es “realidad”- pertenece al imperio de la fuerza-. Lo “real” es caos. La unidad está fuera de los límites de la mente, es aquello que es. El movimiento y cambio de la “realidad” no es. Esto nos lleva a exigir al hombre cabal la no justificación del espacio moldeado y manipulado por el mismo. Le queda la acción silenciosa y compasiva de volcarse al lado negativo de la ecuación. Permanecer en reposo exige no pesar. La flotación como vía para la ascensión. Mientras la elección siga presente corremos el riesgo de volver a matar. Quien tiene miedo a estas preguntas tiene miedo a la vida. Este miedo a lo desconocido es el miedo de aquél que cree en la “realidad”. Creer en lo visible refleja ausencia de conocimiento, luego de libertad. En definitiva, es el miedo propio del ser, a si mismo. Pero uno no puede tener miedo a ser lo que es, luego habrá que desconfiar de la “realidad” como espacio de realización. Dejar de tener miedo requiere acceder al lado negativo. Reconocer el error y no derrumbarse, aún sabiendo que tras él, un hombre justo debe atravesar la muerte, es signo de luz y valor. La única justicia consistente es aceptar el dolor, reconocerlo humano y divino en su misma medida. La voluntad de ser, de ser menos, es un arma poderosa que lleva a la gracia. No se debe confundir con la voluntad general (gregaria del poder). Nada que habite el mundo exterior (fenómenos, cosas/personas) puede ser objetivo de la voluntad, porque allí gobierna un orden mayor al deseo. Lo contrario es contribuir de nuevo a la destrucción del origen desde el imperio de la fuerza/gravedad. Acelerar las fuerzas centrífugas (ficticias) provocando la hipnosis del mundo, obstaculizando la labor del pneuma creador. El poder, seduce, juega, altera, transforma, idealiza, pero nunca se aquieta. Esa no es su esencia.
Quien muere o ha muerto sin excusas, de forma honrosa y sincera, no debe pedir perdón. El perdón no se pide, se gana a través del uno mismo, desde la unidad. La justicia es una fuerza kármica, un soliloquio de la conciencia. La ilusión del mundo propone infinitos atajos, trampas, trucos, lenguajes, ideas, actividades disuasorias, placeres, estructuras, horizontes etc… nada existe. El amor tampoco puede existir en este contexto. Sólo puede existir lo que jamás vino a la existencia. La realidad genera existencia a través de medios inexistentes: esa es la clave. Existir y existencia. El amor es origen y esencia, por lo que no se construye o fabrica, ni se le puede dar existencia. Existir es amor. La pregunta es ¿cuántas personas quedan en esta “realidad”, lo suficientemente varadas, como para empezar a vivir? Ahora que está tan en boca de todos, ¿cuántos darían su vida por empezar a vivir? No es cuestión de fe. Es cuestión de vida o muerte. ¿Quién quiere conocer el “quién soy yo”? Si esta pregunta no les interesa, a mí tampoco me pueden importar las restantes.
No hay excusas. Llega quien quiere.

1 comentario:

d dijo...

Qué bueno! Creo que lo captas muy bien. Felicidades!!