lunes, 22 de febrero de 2010

La poesía actual: guía de ataque

[Propuesta para una distinción de farsantes y poetas (por fin)]



Hay muchas maneras de matar a un poeta, desde la cruel reseña de su primer y último libro hasta el eficaz golpe de mancuerna a la altura occipital. Por naturaleza, los poetas deberían suicidarse con cierta facilidad, pero queda históricamente comprobado que son muy pocos quienes al fin cumplen y que la cobardía es un rasgo común a una mayoría significativa del gremio.

Matar a un poeta no produce en principio más satisfacción que matar a otro ser humano cualquiera, salvo en el caso de que su obra sea lo bastante abominable para correr el riesgo de ser incluida en los cánones temporales del apresuramiento. Sin embargo, todos sabemos de la necesidad humana de matar poetas. ¿Quién no ha suspirado con encono al llegar a su bar favorito y encontrarse a un poeta espurreando su prosodia manchada de experiencias vulgares y adjetivos horrísonos sobre el alcoholizado público? Pues claro que hemos abierto a veces un libro muy fino en la librería y hemos sucumbido a esa breve náusea homicida. Pero no pasamos de ahí. Porque la gente normal no matamos a los poetas, sabemos contenernos, como tampoco violamos a las supermodelos ni vendemos drogas a los niños, por atractivo que resulte ganarse así la vida. Sin embargo, no es menos cierto que siempre existen personalidades menos fuertes que ceden a sus pulsiones: la pulsión de comer, la pulsión de saber, la pulsión de matar a un poeta.

Ahora que alrededor de la poesía hay un montón de gente disfrazada cuya única intención es llevar la típica paliza de borracho amargado en la barra a un nivel superior, más indie y más esteta, se hace necesario, por si se diera el caso de ceder al impulso homicida, distinguir a quién vamos a matar y así, pudiéndose elegir, matar de ellos al menos bueno, o mejor, al peor. Ya que, si no, seguiremos otros setenta años con toda esa mandanga de escarbar en las cunetas e ir como sin dios agujereando el campo para encontrar restos pútridos de vates entonces mártires.

No caigamos en el error de juzgar a un poeta por su aspecto, aunque sepamos que todo poeta lleva sombrero o chapas o cordones fucsias o extravagantes abalorios que integra con naturalidad en su apariencia y que donde en otro veríase divismo o carencia de atención se revela aquí una personalidad genial.

Un criterio con más posibilidades para distinguir al que escribe y lee poesía del que se pretende poeta es atender a su comportamiento social. Un breve tiempo de observación en unos cuantos actos y ceremonias parapoéticas y algo de oído musical son suficientes para estas distinciones. Sin embargo, no es éste un criterio definitivo, aunque recelemos de quienes hablan mucho sobre asuntos múltiples con frases que suenan a conversaciones anteriores, porque también hemos encontrado buenos poetas con dotes sociales. Y tampoco vamos a ir por ahí fiándonos de toda personalidad divertida y luminosa.

Así que más nos vale, cuando aparezcan las ganas de matar a un poeta (y aparecen), tener muy bien leídos a nuestros contemporáneos. Claro, me diréis, pero un juicio subjetivo de la bondad de un escritor no garantiza una correcta elección a la hora de transformar a un poeta joven en un cadáver reciente. Muy bien podría, sencillamente, deciros que el juicio subjetivo ayudará, no tanto a elegir a la víctima propicia, sino a descartar a los buenos, que lo son por eso, porque no entran ganas de asesinarlos (salvo en caso de envidia manifiestamente insana). Pero esto no resulta suficiente, por lo que estamos obligados a proponer una distinción fundamental en la relación del poeta con la realidad y con el lenguaje que sirva como criba inicial, así no ignoraremos su comportamiento pero tampoco olvidaremos lo esencial, a saber, la poesía.

Como para el ejercicio de todo poder es necesaria voluntad y en función de la voluntad se puede señalar una diferencia radical entre los poetas que someten y los poetas que se someten, partiremos de esta idea. La llamaremos Propuesta de Explícita Distinción Óntica o Prueba del pedo.

Uno puede someterse al lenguaje. Puede hacer del lenguaje un dios evanescente que le sirva de espejo para una trascendencia pacata, rendirse a su automatizada pulcritud según la moda de la década con o sin palabras malsonantes o cultistas o abstractas o concretas. Es decir que uno puede someterse al lenguaje como a una carretera asfaltada de trazo plano a cuyos lados brillan y se anuncian cantautores deseando que lleve a alguna parte. Se puede someter al circuito de recitales deportivos, de premios que son recompensas y de editoriales con obscuros comportamientos y libros de cuentas.

Otro puede someter el lenguaje. Puede ejercer violencia sobre el lenguaje, como el escultor en la piedra, hasta arrancarle una forma acorde, recíproca y por tanto cierta y quizá por eso bella. Es decir que otro puede someter el lenguaje porque tiene riendas, porque todo lo salvaje empieza por la armonía y porque descubre que sólo algunas palabras son faros. Puede someter a crítica los circuitos donde se reparten las medallas los aspirantes a oligarca, engendrar espacios con ánimo vocacional y ocuparse más del arte que del espectáculo.

Insisto, se puede creer que la emoción propia es mejor, más alta y más honda que la de los otros y someterse al martirio de verbalizar lo privado para que luego otros se sometan a la tortura de escucharlo o leerlo como quien va a la casquería o al gimnasio. O se puede creer que la emoción es eso, propia, y además no importa, o importa más en contacto con la emoción del otro y que entre ambas existe un lenguaje al que someter para aliarlas.

Esta distinción, por seguridad, debe complementarse con la prueba aneja de las influencias para garantizar que el exterminio causa el menor daño posible:

Durante una conversación casual (mientras las ganas de asesinar son todavía una imperceptible aceleración cardiaca y la vaga sensación de no saber dónde poner las manos) preguntaremos al sospechoso por sus textos de referencia. Todos los poetas muertos famosos valen cero, los muertos (hace más de tres años) desconocidos puntúan uno. Los vivos famosos descuentan cero coma cinco y los vivos desconocidos que sean amigos suyos descuentan un punto. Todos los demás suman medio punto. Si la calificación no alcanza los tres puntos el sospechoso adquiere el rango de objetivo.

Seamos responsables, no sobran los buenos poetas, así que matemos bien. Asegurémonos en lo posible de que caiga primero la morralla.

viernes, 5 de febrero de 2010

EL JUEGO DE LAS DIFERENCIAS (MOVIMIENTO POST-TRANSMETAFÍSICO)



“Una virtualidad actualizándose, una simplicidad diferenciándose, una totalidad dividiéndose” Gilles Deleuze

Encontré este texto escrito en las duchas de una cárcel de Bangladesh, concretamente en la ciudad de Dacca. Firmado allá por el año 1971, fecha de la Independencia de la misma del yugo Pakistaní. Esto nos hace pensar que en el país más pobre del sudeste asiático, existen cerebros inversamente proporcionales al arroz que consumen diariamente. Es una noticia de alcance poético, puesto que la poesía aquí sufre una lenta digestión. Quizás la sobremesa que sigue a nuestras enfermizas comidas sea la causa. Agilidad es sinónimo de supervivencia…este texto es prueba de lo contrario. Llegar a estas conclusiones sólo depara dos soluciones: Delinquir por amor a la neurosis o robar más libros, pero en cualquier caso, sucumbir a los mecanismos disciplinarios de los que habla nuestro maestro de ceremonias necrófilas, el señor Foucault. Arte de la distribución de los individuos en el espacio y control de la actividad de dichos individuos. Modelo genético prefijado y arte de la composición de fuerzas.

Podríamos añadir más cosas, pero sería dar demasiadas pistas.

El mundo es una colección de referencias, pero toda posición que refiere a algo, es justo espacio hueco. No lugar o pre-lugar que no ha sabido hacer eficiente el propio dinamismo inmanente a su esencia. Movimiento interrumpido o muerte ontológica, luego no espacio trascendente. La representación es una referencia vacía, que como avisa Hegel, sólo es posible superar desde el UNO (Kai pan), la no división. Desde la dialéctica especulativa que alumbra el concepto. Discontinuidad y ruptura son el punto en repetición, pero como diferencia, de la línea convertida en vector.
La nueva noción de temporalidad estructuralista advierte que la combinación continuidad-discontinuidad subvierte la noción de sujeto. Lo simbólico será clave en el juego libre de los elementos y las interpretaciones, para descubrir la intencionalidad que subyace al hecho “objetivo” (comillas que delimitan y/o excluyen la visión hegeliana y/o estructuralista).
Lo real quiere ser conocido por lo simbólico, pero éste se resiste a la significación. Un atasco de puentes móviles en el descentramiento de las estructuras.

Lo absoluto, aún en espacios decisivos como auto-manifestación del espíritu, no puede dejar de ser evolución.
La reflexión sólo puede ser interior. Debe jugarse en el abanico de las múltiples esferas del fenómeno. Saber mirar y escuchar hacia dentro. Como intuición de las esencias que subyacen a toda investigación lógica. Lejos del simulacro, de la acción limitada en las formas. Incluso bajo el riesgo de que el límite externo sea un avatar de la locura.

A observa B. Si B parece ser algo, es que no “es”. Sólo podría “ser”, sin ser B y en el despliegue de sí mismo, de su libertad. Hemos construido discontinuidad y no basta con pensarla simultáneamente.

Quizás aún no esté todo perdido. Sabemos que el simulacro no sustituye a la realidad, sino que la constituye. Pero sí podemos sobreponernos desde los orígenes, desde el desvelar, más allá de las apariencias…
Deleuze nos diría que los absolutos no existen y volveríamos a los griegos para así reiniciar camino hasta la extenuación. Pero los grandes cambios, los aspectos mircofísicos del poder, los aspectos singulares que provocan las inversiones, deben acabar en algún lugar.
Debe existir un almacén de residuos espaciales o metafísicos para recolectar toda la chatarra que explosiona en forma de intuición y se disgrega por el tejido de la conciencia. Todo ese poder, afectado por fuerzas centrípetas, se debería pulverizar en el centro.
Toda ilusión necesita de lo real para existir. Luego quizás nos sostengamos sobre el sajasra-ara . El chakrá del sentido, el chakrá maestro que controla a los demás. Simbolizado por el loto de los mil pétalos, de color blanco o violeta. Invisible, encima de la cabeza y fuera del cuerpo.

¡Debemos regresar al centro señores!

Allí donde no haya fisuras, pues no hay rangos ni órdenes. Ni categorías ni grados.

Para Gadamer, la comprensión es la fusión de horizontes en el interior de la tradición. ¿Queda algo de la tradición? ¿Alguien la conoce? Estamos abocados al triple éxtasis del tiempo en Heidegger. No nos dará ninguna solución…

“todo lo que está dado como ente en este mundo, se da contra el horizonte del mundo y en el caso de los seres humanos, este horizonte o mundo de la vida escapa al objetivismo. Presente, pasado y futuro como Ser- Ahí (Dasein). Etapas de un movimiento único de temporalización. Habitamos en el mundo de las apariencias como el lugar de una posible experiencia del ser. La hermenéutica aparece como medio de encontrar al ser como traza y recuerdo. Un pensamiento de la diferencia, de las trazas que nunca han correspondido a una presencia. Somos simulacros, productos del pensamiento rememorante!!!”

Pasados unos años averigüé que la persona que compartió celda conmigo fue el autor anónimo de dicho texto. Murió de una hemorragia cerebral, y aún no sé si fue una muerte natural o yo cometí un asesinato. Occidente es lo que tiene, asesina sin dejar huella.

jajajajajaja