lunes, 23 de febrero de 2009

Pelos aun del aire matan

Hoy he oído decir en la peluquería que en la época de Calderón, mientras en París había 20 teatros, en Madrid había 41.

Mientras tanto estaba hojeando Rengo Wrongo, que decía:

Se puede tratar la angustia
con ansiolíticos
y con canciones

Qué se elija en tal trance
dice mucho
sobre la calidad de una cultura

De la radio llegaba esta melodía


Por la ventana entraba la brisa. ¡Qué peluquerías!

martes, 17 de febrero de 2009

Rima LXXX

Una mujer me contagió la caspa,
otra mujer me enjabonó el cabello,
ninguna de las dos vino a enjuagarme,
yo en un arranque me lo rapé al cero.

Como el mundo es casposo, el mundo rueda.
Si mañana, Fernando, el peluquero,
tiene caspa a su vez, ¿por qué acusarme?
Yo usé la maquinilla que me dieron.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Astragada de astracanadas, c'est toi

"Muy bonito el espíritu del pueblo español, pero me pincha con las barbas", reaccioné, astragada de ayes y gemíos. Definitivamente, en los pueblos meridionales el romanticismo es un hirsutismo. Devolví el libro a la biblioteca municipal, que con mi gesto pudo reabrir las puertas al recuperar sus fondos, pero estaba ya en el mostrador cuando me di cuenta de que no valía la pena preguntarle al bibliotecario por las tendencias más vanguardistas de la nueva poesía del país. Porque la poesía no tiene país, justifiqué mi timidez y mis prejuicios con invertido argumento, porque en realidad son los países los que tienen poesía.

Prejuicios: Hay que tenerlos.

Se entiende que para entonces ya había capito que me iba a resultar muy difícil salir de Spagna. ¿Le prendo fuego? La idea me cruzó la testa en homenaje a los empecinados moscovitas que dejaron arder los muros de la ciudad suya para que Napoleón no se hiciera con ella. Pues yo me resistía a que España se hiciera conmigo. Otro análisis invertido de la situación, porque en rigor debía haberme prendido fuego a mí misma, si pretendía escamotearme de las garras del toro. Es que mi país es un oso, y para mí todos los animales tienen garras.

De astracán.

Más satisfacciones me dio Madrid. Si quiere conocer la vanguardia, visite Madrid, señorita, me habían recomendado en el ateneo de Calatayud. Me alojé en una casa de huéspedes de la calle Atocha. El ambiente de vanguardia era acojonante. Atochaba una niña… ¡¿Atochaba?! No me costó acostumbrarme a comer medio filete con un café con leche después de pasar el día dando tumbos. Tal y como me habían prevenido, si se pasaba la mano por la parte inferior de la mesa de mármol, se podían notar las letras grabadas en la lápida. Cuando quería hacerme la desahuciada que no tiene dinero para un giornale que hojear mientras come, leía con los dedos acariciando la lápida como quien se busca un grano en la espalda. Estas son las metáforas que aprendí en la calle Atocha.

Pero también lo que uno espera sorprende cuando llega. En un cafetín cercano al Teatro Español esperaba yo la aparición de la nueva poesía cuando oí que en la lápida de al lado varios hombres reían y hablaban de algo que a la vez me pareció renovado y familiar. Repetían mucho una palabra.

-Perdonen, ¿qué quieren decir con esa palabra que tanta gracia les hace?
-¿Astracanada? ¿Y tú me lo preguntas?

Todo español lleva un galán dentro. ...qué hermoso pelo tiene, carabí...

jueves, 5 de febrero de 2009

Astracán (desambiguación)



'La poesía es una cosa muy bonita -dice la directora del instituto- la verdad es que no la explotamos lo suficiente'. La poesía es una cosa muy bonita y a mí me gusta mirarla por la tardes mientras Kerri Sable hace desaparecer yet another cock. Pero no nos pongamos alegres, esperemos un cuento:

Un profesor se levanta en Chicago,
mira los rascacielos y se pregunta
si hizo bien
en reservar esos billetes
a través de internet.

Pura poesía pura. Olé.

Y ahora centrémonos en el tema: la desambiguación del poeta suicida.

Una frase ingeniosa del político rumano Valeriu Butulescu pregunta si el suicida es víctima o es verdugo. En primer lugar habría que determinar si el suicida es (ya que la condición de no ser parece inherente al mismo) pero podríamos, dejándonos llevar por los juegos fónicos, responder a Butulescu escurriendo el bulto: el suicida no es víctima ni verdugo, el suicida es poético. Hasta hoy el mundo ha ofrecido grandes suicidas de todos los sexos, tamaños, colores, orígenes y profesiones. Pero pocos han recibido la atención de los poetas suicidas. La famosa y siempre recomendable antología de José Luis Gallero Antología de poetas suicidas (1770-1985) contiene algunas de las historias más sorprendentes y patético-poéticas protagonizadas por poetas, como la de Ángel Ganivet, que se arrojó desde un barco al Duina y que fue rescatado por los pasajeros. Tras pedir disculpas aprovechó la confusión general para volver a tirarse a las aguas heladas y cumplir así su objetivo. Tampoco habría que desdeñar el esfuerzo del poeta griego Costas Cariotakis, que la noche del 20 de julio de 1928 se dirigió al agitado Mediterráneo con la intención de acabar con su vida. Diez horas después la corriente le devolvió sano y salvo a la playa. Entonces regresó a su casa, se cambió de ropa, salió a desayunar, compró una pistola y se disparó una bala en el corazón bajo un eucaliptus. Huelga decir que la decisión de hacerlo bajo un eucaliptus confirma su condición de poeta. La antología de José Luis Gallero (2005) da buena cuenta de todos ellos pero no puede responder a la pregunta fundamental: ¿Por qué se matan los poetas?



Recuperamos:

el hombre sigue sin saber
si hizo lo correcto.

Observa los rascacielos e imagina una novela que podría costar unos 15 dólares o quizá 14.

Daniel Hudson Burnham, un arquitecto de prestigio, había recibido el encargo de dirigir la construcción de todos los edificios de la Feria Universal de Chicago, que abriría sus puertas en 1893; Henry H. Holmes era médico, y decidió aplicar sus conocimientos de la manera más cruel. Mientras Burnham levantaba a ritmo endiablado las paredes de unos palacios espectaculares, Holmes erigió su propia mansión al lado mismo del recinto ferial, y en los sótanos de la casa mandó construir unas salas de tortura equipadas con mesas de disección, cámaras de gas y hornos crematorios. Ahí un sinfín de mujeres jóvenes, seducidas por los dulces modales del médico, encontrarían el dolor y la muerte...

Pero no es culpa tuya, no es culpa tuya. La poesía está, existe,

es

porque así lo constata la directora del instituto, el cadáver congelado de Ganivet y el gilipollas de Henry H. Holmes que, después de todo, nunca toleró bien a Whitman.

Poesía por los codos y una visita improvisada a Rusia para gritar en catalán

La desambiguació no existeix!
Les coses no milloren si tothom ho vol!
És hora de tornar al bosc
(si encara quedés un bosc).
Barcelona no és bona ni jo tampoc.

Pero todo esto, por descontado, no es un poema ni merece demasiadas consideraciones. O sí.

El hombre piensa en la macabra historia de Henry H. Holmes.
Piensa en la reserva.
No sabe si hizo bien.

Quiere anotar el número de la reserva y descubre que no tiene papel.

Acude de inmediato al frigorífico donde encuentra la factura de la luz.

Enciende le ordenador.

Entra en su correo.

Está a punto de escribir el primer número cuando escribe

But there are things you don't need to know.
Things I would rather the glass could hide.

Y punto.

Porque la poesía no está lo suficientemente explotada, dice la directora.

Porque los verdaderos poetas nunca se han llamado a sí mismos así.