jueves, 22 de enero de 2009

Poesía de Astracán

Habría detectado que la vieja me apuntaba con la lima de uñas si mi aracnosentido no fuese tan selectivo. Sólo me permite ver las infracciones que comete la población activa. De los 18 a los 65 años. Ahora la media empieza a los 15. A los 15 un chaval te puede hacer una caperuza con tu propio escroto. Los hay que con 12 te pegan un tiro por ganarles al futbolín. Yo no estoy preparado para que el mundo se vaya a la mierda. No tengo por qué poner mis ojos en una vieja de 76 años. Es un sujeto prácticamente inanimado, entre la artrosis y las cataratas a veces no pueden poner ni Telecinco, ¿cómo voy a pensar que me puede clavar una lima a la altura del bazo? Le pedí disculpas, creí que yo había tropezado con ella, me llevé la mano al costado pensando que me había pinchado con alguna bisutería mal colocada sobre el astracán raído. En la palma de la mano se quedó una mancha roja como el agujero de una cerradura. 
–Voy a llamar a la policía –dijo, levantando el arma de manicura hasta la altura de sus ojos entornados, como si me apuntase a través de una mirilla imaginaria.
Entonces la cerradura desapareció entre los pliegues de mi mano y le solté un guantazo que hizo tintinear todos los oropeles que llevaba colgados. 
–Llame, llame, le dije. El otoño había empezado a platear los muros de la ciudad, todo me pareció íntimamente poético y doloroso. Fui pateando como un colegial su dentadura hasta el final de la calle. 

martes, 20 de enero de 2009

Viajar es perder las gafas

Quando salí de Astracán, a la orilla del mar Caspio, en el mundo sonaba la hora en que la afición aplaudía enfervorecida a los hirsutos tenores napolitanos que attacavano La Danza y Marechiare en rutilantes de tan horterones escenarios; Francia atorraba ya, Italia era el modelo, las burguesas aprendían a cocer espaguetis, innobles pelambreras farináceas, mientras sus hijas soñaban con byronesque idilios que con suerte quedaban en sórdidos intercambios con gondoleros piojosos venuti de Molise, pero en todo hay poesía

me decía yo

y acabé en Parma

donde la cartuja

fears to tread

Allí aprendí lo que llaman la lengua de Petrarca, pero a mí nunca me ha gustado così chiamarla,

porque si hay algo que odio

es el tópico

y el tópico era el truco con el que los parmesanos todos

se me acercaban

creyéndose el solo parmesano

que se me acercaba

Y una vez más tuve que irme

Catada la Francia –que no es como la describen– un rossignol me señaló el camino de los Pirineos. Crucé por Portbou. Perdí las gafas. Pregunté por el espíritu del pueblo, porque de verdad no sabía nada. Me dieron un garrotazo. “No escarmientes nunca”, recordé el consejo, y pedí un libro en el que pudiera conocer la poesía del país. Cantes flamencos, se llama el que me dieron, recopilación de don Antonio Machado y Álvarez, a la sazón padre del drogadicto y del maltratador. Y aunque no entiendo un cazzo, aquí estoy leyendo

Si me s’ajuma er pescao
y desenbaino er cuchiyo
con quarenta puñalás
s’arremata el asuntiyo

Me quedo.

No he de nunca volver, pero llevaré siempre en el cuor un pedacito de Rusia: ¿no conocen acaso el verso de mi hermano de padre

somos muertos de permiso?

domingo, 4 de enero de 2009

2009

Ernst Walter fue un biólogo evolucionista que murió en 2005 en los Estados Unidos. Ernst Walter fue un artista alemán que murió en 1993, muy colorista, cercano a Kokoschka en la forma de utilizar la luz. Ernst Walter, Sublime, Texas, tuvo tres hijas: Marylin, Ava y Sonny.

El Ernst Walter que conoció Mario Muchnick, amigo de Alban Berg, paralítico y melancólico, hubiera muerto de llevar a cabo la tarea que Google realiza sin esfuerzo al buscar diferentes Ernst Walters.

Ernst Walter, melancólico y paralítico tras sufrir un accidente mientras practicaba el esquí en fechas parecidas a éstas, fue el desdichado captor de una rara enfermedad asociada al accidente. Su cerebro se destruía a medida que realizaba una mayor actividad intelectual. Leer y escribir eran para Walter tareas asesinas. Podría haberse quitado la vida revisando a Heidegger, o contemplando durante unas horas la obra Centro Blanco, de Rothko. Fue Ernst un eficaz medidor de complejidades: cuanto más hondo era el calado de un trabajo artístico, mayores resultaban sus achaques. Joyce: dolor de cabeza. Proust: fiebres. Macedonio Fernández: vómitos. Juan Benet: diarrea.

Walter conoció a Nijinski, a Furtwängler, a Karajan, a Schönberg. Quién sabe si no fueron ellos quienes le quitaban la vida a golpes de inteligencia.

La cultura, bien lo supo Ernst Walter, que acabó sus días en una sórdida pensión parisina, puede ser peligrosa. Por eso tal vez no resulte tan perjudicial, al cabo, eso de consumir, ver la televisión, jugar al San Andreas y no pensar demasiado en nada.




Feliz Navidad.