El filósofo de origen pacense Jorge Miguel Luchán siempre fue de corte marxista. De corte de barba, principalmente, ya que una frondosa mata de pelo blanco y alámbrico cubría la mayor parte de su rostro. En ella se orillaban las migas de pan y las gotas de saliva cuando soltaba el vehemente discurso comunista en la tertulia del Bar Manjón. A la edad de 64 años, durante el verano que pasó en su casita de Malpartida, unas graves fiebres fueron mermando su salud hasta convertirle en huesos, pellejo y barba.
Ni el curandero de la aldea, que se había sacado el título en un curso del INEM, supo a qué se debían los estados febriles, pero lo que sí tenían todos claro es que la espesa barba investía de una ridícula proporción a la cabeza con respecto a un cuerpo escuchimizado. El barbero del pueblo acudió con unas tijeras de podar y su navaja Filomena, a la que le sacaba el brillo todas las mañanas. Tras desmochar aquel galimatías de pelos se percató de que a la altura de la papada, Jorge Miguel Luchán tenía tres garrapatas adheridas a la piel del tamaño de una moneda de dos euros cada una. Procedió a la extracción con aceite y pinza. En los siguientes días, el enfermo se recuperó hasta lograr un estado de salud perfecto. Sin embargo el brillo de sus ojos despedía un cierto aire místico que no tenía antes de la afección. Un brillo que entroncaba con una personalidad ahora ascética, contemplativa, monacal. Fue en esta segunda etapa de su vida cuando escribió su único libro de poemas “Capitalismo Metafísico”, que le valió un puesto de renombre entre los poetas finiseculares del XX, y cuyo primer poema comienza con los fabulosos octosílabos:
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la luz al final del túnel.