martes, 29 de enero de 2008

Poesía. ¿Qué?

Poesía. Existen muchos debates sobre la poesía. Poesía de corte clásico o de corte vanguardista. Poesía visual, métrica, poesía recitada, lecturas de poesía, poesía poética y poemas antipoéticos. Todo es poesía menos la poesía, reza una antología. Poéticas y poetizados. La propia palabra se retroalimenta y copula consigo misma, suerte de incesto que no puede más que producir hijos bastardos. Hay un chiste que habla de esa onda electromagnética tan misteriosamente presente en el imaginario popular; la emisión que viaja, fuera del Tiempo, por el espacio. El chiste recuerda que hay un mensaje –que supuestamente contiene las esencias de la llamada ‘cultura’ de la Humanidad– que viaja y viaja entre las nebulosas, los agujeros negros y los asteroides con la esperanza de ser captado algún día por la inteligencia extraterrestre. El chiste dice que un buen día un tal John, que está de prácticas en la NASA, recibe en su super ordenador -que no lleva Vista, por cierto- una insólita respuesta desde el espacio exterior:

‘¿Qué?’.

La reacción natural ante la poesía -y que sucede, pese a que se piense lo contrario, muy pocas veces, tan pocas que es comparable al número de respuestas del espacio exterior- es prácticamente la misma: ‘¿Qué?’ Pero el caso es que normalmente no se pronuncia esta palabra, sino otras –parecidas– que satisfacen por igual: 'no entiendo, es malo, es bueno, no sé…' Pero la clave de todo está en ese ‘qué’ cíber-espacial. ‘¿Qué?’ La pregunta que, en principio, establece el diálogo, verdadera meta de cualquier manifestación. Sin diálogo no somos más que un planeta flotando entre un montón de Nada. El planeta que existe por sí mismo, como hecho único e irrepetible no tiene sentido. Igual que el hecho artístico aislado no puede entenderse sin ser contrapuesto con otra manifestación. Porque, pese a que nos cueste aceptarlo, el planeta que emite y emite y sólo emite es, ciertamente, una cosa ridícula. Pese a la esperanza, pese a la nobleza del acto en sí es, en definitiva, una cosa ridícula y pequeña. El acto poético –que no el poema– exige una respuesta. Exige un lector, exige una crítica sentimental, una crítica vital, una crítica esencial. Todo acto poético sin respuesta debe entenderse como un acto fallido. Y no hay poesía fuera del acto poético. El poema guardado en un cajón será poema siempre y cuando dialogue con el propio poeta autor del poema, el íntimo poema de amor entre dos amantes es, con todo, la expresión máxima de la fusión del significante y del significado poético. Es por esta razón que la frontera de lo poético se extiende hacia el hecho que recibe más que envolver al ente que emite. Anotemos aquí que la difusión, en el sentido estricto de la palabra, no tiene nada que ver. Los mecanismos publicitarios no juegan ningún papel en este asunto, pese a lo que pueda parecer. El acto poético no se cumple en sí mismo, depende de otra cosa. Pero lo que generalmente se ignora es que la otra ‘cosa’ depende en esencia también del acto poético. Si algo nos mueve, aunque sea para vomitar, debemos aceptar que se ha cumplido el propósito del poema. Nos puede gustar o no, pero hay poesía. Y el chiste, por cierto, termina con una gran lección sobre ciertas actitudes bastante habituales ante los fenómenos poéticos: al final los mayores expertos de la NASA se reunen, analizan el mensaje y emiten una respuesta de parte de toda la Humanidad:

‘¿Que qué, de qué?’

domingo, 20 de enero de 2008

¿Por qué en CASPA escribimos sobre la muerte? (una respuesta caótica a Stanley d. Convey)

Dos temperamentos básicos, ante la poesía y ante la vida: el elegíaco y el indagador. (…) El elegíaco, tipicamente, añorará la infancia paradisíaca o el primer amor incomparable; para el indagador, en cambio, cada día puede ser el día, el encuentro decisivo puede producirse siempre, y actuar es hacer milagros. Para el primero, el mundo es el escenario de una progresiva e inexorable oclusión; para el segundo, hay siempre accesos practicables a lo abierto, hay pétalos que caen donde no hay.
Jorge Riechmann

Resistencia de Materiales.

Nota:

Antes de comenzar (o terminar) debo decir que todo lo que sigue nace (o muere) del post –qué poca justicia hace la palabra post en este caso– de Raúl del Sebo ‘El día que Bobby Fischer murió’(CASPA. 19 de enero. 3.35 PM). Todo lo bueno no será más que un reflejo de lo malo de su post, todo lo malo no será más que lo que es; contenido malo).

En principio, y jugando ser Montaigne, podríamos decir que en CASPA escribimos –a veces– sobre la muerte porque no la conocemos, porque nadie que conozcamos la conoce y, por ello, resulta bastante difícil equivocarse. Siguiendo este razonamiento absurdo uno podría decir que los poetas, en general, han escrito siempre sobre la muerte no porque les fascinara excesivamente, sino porque resulta un tema cojonudo para evitar que alguien levante la mano y diga, ‘oiga, usted no tiene ni puñetera idea mire’. Claro que ponte tú a decir esto delante de doce (o los que sean) académicos con un pie aquí y otro en el otro barrio –aunque los académicos, claro, si alguna vez fueron de barrio ya dejaron de serlo hace mucho tiempo– .
¿Por qué se escribe sobre la muerte? Pues, quizá, porque no se esté escribiendo sobre la muerte en absoluto. En esta red que los escritores –si me permiten la palabrota– trazamos en ocasiones (y Raúl del Sebo es un ejemplo extraordinario) queda claro –en los buenos escritores queda claro, por lo menos– que todo forma parte de un entramado complejo difícilmente comprensible a primera vista. La tarea del escritor, del poeta sobre todo, es desligar este entramado –sin miedo a estropearlo, porque eso es imposible– lo suficiente para entenderlo. Y si algo de lo que he dicho ha sido medianamente comprensible se entenderá por qué fascina, entonces, la muerte. La muerte es el único punto en que el entramado se enfrenta a un ovillo ya sin lana. Y aquí surge la paradoja y, si quieren, el problema principal con la escritura (poética): ver el final, entender que no habrá más Bobby Fischer, hace posible escribir sobre la red policromática que giraba sobre un tablero blanco y negro. Es por esta razón que me resistiría, siempre, a incluir al señor del Sebo en uno de los dos grupos (un maestro mío dijo una vez que cualquier división de los seres humanos en dos grupos era, muy probablemente, falsa) que dicta el poeta Riechmann. ¿Podríamos haber ‘indagado’ en las imágenes, las conexiones, el significado de Bobby Fischer sin volver la vista hacia atrás, sin ser necesariamente ‘elegíacos’? Como fan y como discípulo –autoproclamado– me gustaría pensar que Raúl del Sebo es, en sí mismo, una nueva corriente a caballo –o a Audi, mejor- entre los dos temperamentos que existen según Riechmann. También podría decirse que Riechmann se equivoca o que ni siquiera quería decir eso exactamente y que usted, Tricotilomanía, lo ha entendido todo mal. Es posible.
La cuestión es que la muerte nos regala la posibilidad de ver un experimento acabado, porque todos los artistas –y Bobby Fischer era un artista– son experimentos de la Humanidad que busca encontrar su sentido. Un experimento acabado son muchos datos, datos precisos sobre la imprecisión, sobre la soledad –la mayoría de veces– y sobre lo difícil que es sobrevivir como rata de laboratorio, como poeta.

Creo que no he respondido a la pregunta fundamental, esa de por qué en CASPA escribimos sobre la muerte. Por lo menos espero no haberlo hecho.

sábado, 19 de enero de 2008

El día que Bobby Fischer murió

El Maestro salmodiaba en un tablero lejano: «Hablemos de dialéctica viviente, o alquimia del espíritu, como se llamaba hace 8 siglos: una fuerza que se opone a otra fuerza actúa sobre la contradicción del enemigo. Enroque Ud. Consolídese / conózcase a sí mismo / no ju8egue ningún rol se a Ud. Todas las piezas del tablero / sienta la amputación de un miembro cuando cae un peón. Un Yo compacto, un Yo visible, si no se revierte sobre la propia Historia es un poder desperdiciado, una pura metáfora hedonista. Observe Ud. La armonía de la Defensa India del Rey».

Rodolfo Hinostroza
Gambito de Rey

Lo trascendental de un tablero de ajedrez es el agujero negro que teje sobre el mundo, la brecha que abre sobre esta litosfera de voluntades graníticas y verdes prados. El desarrollo de las 64 casillas, al contrario de lo que se piensa, no tiene lugar en un plano horizontal, sino en una verticalidad de la inteligencia, en un tubo de luz que atraviesa en perpendicular el campo de batalla, que emerge del núcleo terrestre y se pierde en el denso imaginario de las estrellas. Una partida de ajedrez es siempre un juego paralelo, un combate en el doble fondo de una maleta que cruza incesantemente sórdidas aduanas. Con el primer movimiento de blancas el universo se constriñe, se arruga, se pliega y resquebraja bajo el tablero, y a partir de ahí, todo desplazamiento es tectónico, magmático, el jugador desplaza océanos, modela orogenias, traslada espesos bosques de coníferas un, dos y a un lado. No hay forma de describir ser demiurgo de todos los cuerpos, ni estrategia más vital que gobernar en la lucha un hemisferio entero. Ser el Señor de las rocas, de los peces y las aves, liderar todas las presencias.

Abrir nuestro cuaderno de poemas, tendría que ser como desplegar un pequeño tablero magnético: abrir el escenario más cruel y despiadado sobre una mesita de conglomerado en el Starbucks, intuir la trascendencia del negro sobre blanco de Malévich en cualquier asiento de cualquier autocar. Jugarte la vida en cualquier palabra, como te juegas la existencia con cualquier peón. Y a partir de aquí, todo son sofismas, axiomas, preguntas, lemas, apotegmas, sentencias, ideas, formas: Lo único que verdaderamente aporta la experiencia tanto al ajedrez como a la poesía es la obsesión personal por el juego. Las blancas siempre mueven primero, eso no es una norma, es elegancia. ¿Escribes para matar al rey de tu oponente o escribes para proteger al tuyo? Saber mover no es saber jugar, pero saber jugar implica saber mover (esto sería innecesario de explicitar si no existiese la corriente actual de semejar el complejo juego al sistema simple del ocio, cuyo paradigma más erróneo es el de viajar sin saber viajar). Sólo hay tres resultados: ganar, perder y tablas. Ninguno de esos tres estadios concuerda necesariamente con su semántica, pues en la pérdida hay mucha ganancia y viceversa, igual que en el empate algunos han encontrado su gran derrota. No hay posibilidad de zafarse, cuando uno juega o escribe, lo primero que apuesta es su propio cuerpo. El corazón bulboso y visceral comprende el tiempo, el espacio y la impaciencia de la osadía. El corazón filamentoso y rígido gusta de la geometría, la canalización y la placentera sensación de hacer de lo sólido un líquido donde poder deslizar la mirada incisiva. En toda liza hay tres momentos decisivos: inicio, desarrollo y final. En cualquiera de estos tres momentos puede suceder lo inesperado, pues tanto el juego como la literatura, gustan de marcar normas de los que ellos mismos se desentienden[1]. Amar profundamente es necesario para ser buen jugador, también lo es odiar por todos los poros de tu piel.

El ajedrez no es un simple juego de contrarios. Todo se resuelve en circuito cerrado. Tu visión sobre el tablero es única, es excepcional, y cualquier otro punto de vista altera la partida. Eso es lo que hace de los contrincantes una realidad suprema, eso es lo que hace del poema una verdad extrema. Negro blanco y blanco negro, no saber jugar, es gris.

[1] «Cuando se apagaron las luces, las piezas seguían sobre el tablero. El peón que había dado a Fischer el cetro mundial se hallaba en T4. El resto fue puro anticlímax» Steiner, G. Campos de fuerza, Fischer y Spasski en Reykjavik, 1973 Madrid, La Fábrica, 2004, 111-113

martes, 15 de enero de 2008

ALLÁ DONDE EL LISTERINE NO LLEGA (O LO QUE HAY QUE OÍR)

... Y que Joaquín Sabina no se haya lavado la boca con sosa después de decir ayer en la Cadena Ser (pasen y escuchen, hacia el final de la entrevista que aquí cuelgo y que está en en la web cadenaser.com) esto que sigue sobre Antonio Gamoneda (a raíz de la raíz de Ángel González)…

“No quisiera irme sin decir una cosa muy cortita porque me está dando saltos en las tripas. Yo quisiera decir que no se puede ir por la vida de poeta y tener un alma tan ruin y tan mezquina como la de un tal Gamoneda.” (Joaquín Sabina, 14 de enero de 2008).


martes, 8 de enero de 2008

Yunque o martillo

"Al rechazar totalmente los supuestos políticos, teológicos, literarios y filosóficos que fundamentan nuestra sociedad en el blanco refrigerador de la civilización -y que tienen sus raíces en la estupidez y los intereses de clase-, y al insistir sobre todo en nuestra autonomía emocional, encontramos que es necesario afirmar, aquí y ahora y sin ningún tipo de reserva y a cualquier precio, la maravillosa validez roja y negra de la revuelta absoluta, única actitud digna de sobrevivir en este milenio de calles y sueños.
Más que nunca, encontramos que es necesario afirmar el uso de las armas más peligrosas del arsenal de la libertad:
AMOR LOCO: totalmente subversivo, enemigo absoluto de la cultura burguesa.
POESÍA (opuesta a la literatura): respirando como una ametralladora para exterminar las ciegas banderas de la realidad inmediata.
HUMOR: dinamita y guerrilla de la mente, tan efectiva en su propio campo como la dinamita real y la guerrilla lo son en la calle (sin embargo, no teman, cuando sea necesario utilizaremos todos los medios a nuestro alcance).
SABOTAJE: destrucción constante e implacable de la maquinaria burocrática y cultural de la opresión.

Es necesario, a veces -y ésta es una de ellas-, hablar crudamente: afirmamos simple y delirantemente la LIBERACIÓN TOTAL del hombre. ¡Vivan los negros de Watts, los portorriqueños de Chicago, los provos de Amsterdam, los Zengakuren de Japón y la juventud de todos los países que lucha por la libertad! ¡Viva la tribu de Guinea que, apreciando la estupidez de la civilización tecnológica, asesinó a los directores de una fábrica de lavadoras, se apoderó del edificio y lo convirtió en un templo del maravilloso, aunque escurridizo, Dios-conejo! ¡Viva la juventud de Fairbanks, Alaska, que incendió la escuela al prohibirles abandonarla hasta completar sus estudios! ¡Viva el loco que escapó del manicomio y asaltó tranquilamente el banco, para que luego su "cuerdo" hermano fuese con el cuento! ¡Viva Barry Bondhus, de Big Lake, Minnesota, que arrojó dos cubos de mierda sobre los archivos de su oficina de reclutamiento! ¡Vivan los doce jóvenes de Fort Lauderdale, Florida, que después de que su escuela les prohibiera proseguir sus interesantes experimentos comenzaron a fabricar por su cuenta LSD, dos tipos de bombas de plástico, bombas de humo y un surtido de instrumentos revolucionarios!
La lucidez de las botellas ha venido a reemplazar a las hojas otoñales; el aplastante servilismo ante la autoridad ha sido chamuscado con cócteles molotov de fantástico poder destructivo y, lejos de ser finalmente la caricia inexpresiva, ha sido trascendida por el tacto que estimula a los poros del único dinamismo que cuenta, hasta alturas nunca conocidas. Como almas liberadas que somos -y lo somos puesto que nuestra búsqueda ya no puede detenerse- tenemos necesariamente un papel histórico envidiable como arquitectos cósmicos armados de martillos, guitarras eléctricas y visiones apocalípticas; pero lo que es más significativo, armados con el conocimiento de que somos capaces de aplastar sistemáticamente todos los obstáculos que se interpongan a nuestros deseos y de construir TODO de nuevo.

Firmado: Grupo Surrealista, Grupo de Trabajadores Rebeldes de Chicago (Rebel Worker) y Horda Anarquista.

Publicado en el número 2 del diario ácrata inglés Heatwave