domingo, 10 de junio de 2007

más sonido

"Poesía, música, matemática: ¿tres tópicas disparidades? En absoluto, pura y simple comunión de afinidades. Si en una poema llegan a coincidir, si se produce este insólito menage a trois, el resultado es el prodigio, el paradigma, la obra de arte referente en su máxima excelencia (por ejemplo: la Égloga Primera de Garcilaso).

La matemática está en el corazón del ritmo, la matemática es eco, repetición, distancia y medida, retorno y memoria. La matemática es métrica, es número y por tanto, música y silencio. De sus intervalos nace la inercia del son, la cadencia, el sentimiento. La palabra se somete a la matemática y resulta enriquecida hasta el milagro. La matemática es música porque la música es compás que es, a su vez, pura matemática. Aplicado a la poesía, el verso, si es verso, es matemática y por tanto música; es que, si el verso no es música, no es verso. Y luego están las estrofas, dentro del poema, separadas entre sí gráfica y visualmente. El número de las estrofas, dentro del poema, confiriendo peso y equilibrio a la totalidad (volvemos a hablar de la matemática). Los enemigos de la versificación se han sacado de la manga muy cucamente un argumento de imposible demostración: que el verso libre comporta una cierta cadencia o musicalidad (claro, si se lee hábilmente a modo de salmodia no suena como prosa, siéndolo). En poesía, música y matemática elevan a la máxima singularidad el concepto poético que, sometido al rigor de estas dos razones, da como fruto el poema que recoge la memoria para nunca jamás dejarlo escapar".

Acierta Pablo Jiménez en este artículo publicado en Nayagua 7, pero carga demasiado las tintas al negar la cadencia musical del verso libre. ¿Por qué, de un lado y de otro, fallan los que defienden el verso libre y el medido, al denostar a su contrario? ¿Por qué, además, llamamos libre a un verso que nada tiene de eso, pues el versolibrismo, lejos de guarecerse de las normas, las sufre todas ellas? Dejen un verso en libertad total. Sucederá como con el protagonista de la nivola Amor y pedagogía, o como con los personajes de Manderlay, el penúltimo hallazgo de Lars von Trier. Pretender que un poema puede hacerse sin reglas es como tratar de asar un pollo sin horno, por pequeños que sean pollo y horno.

1 comentario:

Myrna Minkoff dijo...

Extraigo del texto:

"Y luego están las estrofas, dentro del poema, separadas entre sí gráfica y visualmente. El número de las estrofas, dentro del poema, confiriendo peso y equilibrio a la totalidad (volvemos a hablar de la matemática)"

El problema de estas discursiones absurdas de libres contra normas es que se parte más de lo visual que de las mismas palabas.

El ritmo es algo intrínseco al lenguaje: no hay más que ponerse a escuchar alguna conversación que mantengan dos extranjeros cuya lengua desconozcamos absolutamente.

Si un soneto se escribiera colocando los versos como frases separadas por puntos, al leerlo seguiría siendo un soneto. Situar la matemática de la poesía en el número de versos o de párrafos es ponerse al nivel de esa técnica casi de broma que practican algunos que creen usar el verso libre: lo de escribirlo todo seguido y luego partirlo.

(continuará)